Día a día aprendiendo a ser

Estaba tan desilucionada que decidió no salir más de la ilusión. Su decisión fue clara: No dejar de soñar. ¿De qué servía ver la realidad cuando era tan felíz en el mundo que ella se creaba para sí mi misma? Allí no había dolor, a menos que ella lo quisiera. No existía la soledad, lloraba de emoción, reía, se sentía a salvo... Y lo mejor de todo, podría estar con el chico que tanto amaba. Para ella no existía otro mundo que no fuera aquel donde él se encontraba, y si eso le costaba vivir en una fantasía, pues lo haría con gusto. Era donde podía verlo, tocarlo, acariciar su pelo, abrazarlo, besarlo, y decirle todas esas cosas que le dijo pero que él ya habría olvidado. 

Ella era felíz así, con sólo cerrar los ojos y desprenderse de lo que estaba viviendo. No le bastaba soñar cuando dormía, necesitaba hacerlo cuando era consciente también. Y tampoco le alcanzaba con soñar, comenzó a alimentarse de películas, de libros, de canciones, de cosas que podrían haber pasado... Pero no lo hicieron. Y así vivía su vida, en la fantasía; jamás tomó en cuenta la posibilidad de que todos sus sueños podían suceder en la realidad.